Ponlo todo a punto: Calienta una sartén amplia a fuego medio-alto con una cucharada de aceite. Cuando empiece a "brillar" (tú ya me entiendes), echa el ajo y la guindilla. Déjalos bailar unos 30 segundos, justo hasta que huelan de maravilla pero sin quemarse. Nada arruina más un plato que un ajo amargo.
Las gambas, protagonistas por un momento: Colócalas en la sartén formando una capa, sin amontonarlas. Dales 1-2 minutos por cada lado hasta que se pongan bien rosaditas y algo doradas. Sácalas y déjalas esperando en un plato. Tranquilo, volverán pronto.
Ahora, el truco del calabacín: Añade la otra cucharada de aceite y echa los "espaguetis" de calabacín. Aquí viene lo importante: saltéalos 3-4 minutos moviendo con frecuencia. Busca ese punto "al dente" – que estén tiernos pero no blandos. ¡Si te pasas, tendrás una sopa de calabacín, y no es lo que buscamos!
Reunión final: Devuelve las gambas a la fiesta, mezcla todo bien y añade la ralladura de limón si te apetece ese toque cítrico.
El toque final: Apaga el fuego, exprime medio limón por encima, espolvorea el perejil, sal y pimienta. Remueve para que todo se conozca bien.
¡A la mesa!: Sirve inmediatamente en dos platos y, si eres de los míos, añade un poco de parmesano por encima. No hace falta, pero... ¿por qué no?